martes, 29 de enero de 2013

Primera carta al alcalde de mi pueblo


19 de Abril de 2010
A la atención de: Santiago Mayayo Chueca.
Alcalde del Muy Ilustre Ayuntamiento de Buñuel.
Muy Señor Alcalde:
El sábado pasado, por unos jóvenes y de manera casual me enteré, de que en un nuevo plan de urbanismo que están desarrollando desde el ayuntamiento de nuestro pueblo y que usted preside, se conforma una nueva plaza que, como a todas las plazas que así se precien, es necesario ponerle nombre. Para nominar la plaza se ha llamado a la colaboración ciudadana a las gentes del pueblo, incluso, con promesa de premio para quien la bautice.
Quizás no esté bien enterado del todo y que todo sea un malentendido. Ya sabrá usted que llegamos a unas edades en la que uno se entera de la mitad de lo que le cuentan y algunas veces entiende lo contrario de lo contado.
Bien pero es igual.
Vaya mi propuesta para por si acaso.
Aunque no haya ni plaza, ni nombre, ni colaboración…
Ni premio. 

Retrato del alcalde

Hace casi cuarenta años, en la esquina sureste de la plaza a la que todos conocemos como el carasol y que esquina también la casa consistorial, aquella casa en la que en su bajos hubo hace muchos años una cantina a la que acudían los jornaleros a matar la tardada y a conjurarse con los demonios, estaba yo con el señor dueño de la casa deshabitada entonces, haciéndole un arreglo en el barandado de hierro que rodeaba la escalera.
Don Ángel Oliver se llamaba.
Fiscal de Borja decían que era.
El hombre mayor, tan mayor como mis abuelos, me contaba mientras yo trabajaba “Sí pequeño, sí… era un hombre con una inteligencia natural como pocos hombres he conocido en mi vida… muy buena persona era… y muy trabajador…” Eran una tarde de verano muy propicia para la confidencia y la pesadumbre en la que sonaban a hueco los golpes del martillo. “Estaba cojo y era zapatero… pero sacaba a su familia adelante… ¡ay su mujer! también una buena mujer aquella… ” El hombre descubría aquello que sin duda le pesaba y que llevaba guardado bajo su boina perdido y enredado entre su escaso pelo. “Lo mataron en la misma entrada del ayuntamiento… al pie de la escalera… agarrado al secretario… los habían tenido encerrados en un calabozo que hay en los bajos al entrar a la izquierda… y como ellos se negaron a salir a la calle… al camión que les aguardaba… allí mismo les dispararon… allí mismos los terminaron” El hombre me miraba triste para ver si callaba y yo le escucha atento para que me hablara. “Allí tuvieron expuestos sus cuerpos algunas horas y muchas más horas dejaron sin fregar el charco de sangre que dejaran los pobrecicos en el suelo” El hombre, de pie a mi lado, seguía contando y contado muchas más cosas de las que en aquellos días lejanos pasaron y que se fueron grabando en mi memoria “!Qué desgracia…! ¡Qué injusticia…! ¡Qué chandrío más grande…!” Lloraban sus lágrimas de palabras “Vosotros los jóvenes habéis de perder el miedo y habéis de saber lo que sucedió entonces… que ahora parece que todo se hubiera olvidado y todos pretenden que no pasó nada…” Aquella esquina, aquella casa vigilaban sin remedio, las entradas y salidas por las puertas del Ayuntamiento en aquellos años recién construido.

En estos años he recordado mil veces a este anciano que me confió su dolor y su impotencia como si fuera el heredero de sus confidencias. Y hoy mismo lo recuerdo como si hubiera sido ayer mismamente.
             Unos años más tarde, en los libros de actas del ayuntamiento, yo mismo pude leer y comprobar que efectivamente aquel hombre asesinado había salido elegido alcalde en las elecciones de 1.931 en el mes de abril. Y fue alcalde sin que algunos concejales aparecieran ni una sola vez en el pleno, para no darle esa legitimidad que a veces es necesario te reconozcan los contrarios. Aunque estos mismos concejales ausentasen el consistorio electo por el pueblo, al Alcalde le hacían imposible la vida económica de la villa desde la Junta Veintena. Aquella Junta que  emergía de los mayores contribuyentes del pueblo. ¡Una cocina económica para la casa cuartel de la Guardia Civil…! Proponía el alcalde… ¡Ni hablar…¡ Decían los junteros. Luego fue destituido de su cargo a finales de 1.934 por orden gubernativa junto con aquellos concejales que lo apoyaban para que no pudieran administrar los fondos de la Misericordia.
Y fue restituido en el mes de febrero de 1.936.
A las pocas semanas le pegaron un tiro en la pierna.
Perdone usted pero le hablo de memoria.
No obstante todas estas cuestiones que le cuento en este último párrafo, las puede usted comprobar y constatar en los libros de actas a los que me refiero.
Allí están escritas que yo las he leído.
Se llamaba Alfonso Marquina Vicente.
Fue alcalde de Buñuel con treinta y un años.
Dejó viuda a Vicenta Marín y huérfanos a tres críos.
Lo asesinaron el día 23 de Julio de 1.936 cogido del corazón con el Secretario municipal Martín Domingo Aguirre. Después sucedieron muchas más cosas que se trata de ocultar por todos los medios desde hace más se setenta años. Aunque todavía vive quién: por su edad lo vivió y lo puede seguir contando.
Y quienes lo escucharon de otros labios y recuerdan la ignominia.

Como hijo de Buñuel y nieto mayor de mis abuelos aquellos que como el Alcalde asesinado también corrieron con el siglo, creo que es de justicia que si hay una calle o una plaza en nuestro pueblo que necesite de un nombre que diga o represente algo para todos los que hemos ido hasta el río Ebro por el camino de la Fuente, este hombre, este Alcalde, la honraría aunque hayan pasado tantos años.
Serviría también esta deferencia de homenaje a su secretario y a sus concejales que salvo a uno de ellos, también a todos asesinaron… y a otros tantos más vecinos de pueblo que acabaron en las tapias de los cementerios rematados en aquellos meses, de aquel verano, de aquel año.
Aquí mi propuesta que le hago llegar como mejor proceda en la confianza de que será aceptada por ese consistorio que usted preside, puesto que está presentada desde la voluntad de  hacer, entre unos y otros, nada más que un pellizco de justicia.

Quedando a su disposición para si fuera necesario en cualquier momento y lugar o de cualquier manera: reforzar y argumentar esta propuesta
Muy atentamente




1 comentario:

  1. Alicia, hija de Alfonso, en la obra Buñuel Verano de 1936. De la esperanza al terror, recuerda cómo enterraron a su padre en el cementerio de Buñuel el día 24 de Julio de 1936.

    Al día siguiente vino el señor Cristo, el enterrador, y en la puerta
    de la casa de mi tía Felisa nos dijo gritando: ¡Ya están las tumbas
    preparadas para enterrarlos…! Y yo pensé que a mi padre y al señor
    Martín los habrían dejado en la tierra y habría que ir a cubrirlos.
    Y allí, en el mismo cementerio, al fondo.
    Enfrente de la casita en la que estaban muertos.
    Allí los enterraron.
    Era por la mañana cuando el calor no apretaba.
    Recuerdo que yo fui al cementerio con mi tía Visitación y mi
    hermana Esperanza. Mi madre se quedó en casa de su hermana
    con su hermana y las vecinas que lloraban por todos los semejantes
    que no lloraban. Cuando llegamos al cementerio ya estaban
    los montones de tierra preparados para enterrar a mi padre
    y al señor Martín que estaban tapados con unas sábanas blancas
    sin zurcidos.
    Allí estaban las tablas de enterrar a los muertos.
    Cuando nosotras llegamos, mi abuelo Cruz, mi tío Claudio, mi
    tío Gregorio, mi tío Ángel, llevaban un rato esperando. Hablaban
    y callaban, al vernos se les llenaban los ojos con unas lágrimas que
    se las habían de quitar con los cuatro dedos de las manos. Había
    también un señor mayor que vivía en una casa que había detrás de
    la casa nuestra yendo por el camino de las eras. Hoy no llevaba el
    lapicero rojo en la oreja pero tenía muy baja la cabeza como si
    también estuviera muy triste. También estaban otros señores y señoras
    que eran la familia del señor Martín a las que yo no conocía
    aunque ellos me conocían a mí porque me miraban con ojos y no
    me hablaban, pero movían la cabeza. Estaba también el señor Catalino.
    El escribiente del Ayuntamiento que cuando iba a esperar a
    mi padre me sentaba en su silla y me daba cualquier cosa para que
    me entretuviera y aprendiera. Ahora creo que me acuerdo: me parece
    que unos días antes había estado este señor una tarde en mi
    casa hablando con mi padre. ¡Hay que hacer algo Alfonso…! Le
    decía el señor Catalino en el taller. ¡Hay que hacer algo…! Había
    venido con su mujer a estar en el enterramiento de su cuñado que
    era el señor Martín. Ellos lloraban en silencio con un pañuelo blanco
    en sus manos. También estaba el cura don Aurelio Galipienzo
    que pidió permiso a los familiares para echarles un responso. ¡Habrá
    que enterrarlos como dios manda…! Y estaba el señor Agustín
    el Raboso que no había ido al campo porque era el día de Santa
    Ana. Y el señor Pío que había perdido su sonrisa y no dijo una palabra
    en todo el rato. Y estaba el señor Juanazas que hasta con el
    calor que hacía, se había puesto la chaqueta por respeto al acto. Y
    cuando bajo el cuerpo de mi padre adentro de la tierra se quitó la
    boina de la cabeza. Y lloró.
    Y todos lloramos un rato largo.
    Como no estaba mi madre no gritó nadie.
    Tampoco rezaron cuando el cura dijo sus vobiscums.
    Y los metieron en la tierra.
    Y les echaron tierra encima.
    Y los quisieron enterrar para siempre.

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