20
de Agosto de
2010
A la
atención de: Santiago Mayayo.
Alcalde del Muy Ilustre Ayuntamiento de
Buñuel
Muy Señor Alcalde:
He vuelto a tener respuesta a mis
peticiones. Se lo agradezco.
Una contestación: fría, seca, impasible,
hueca, pusilánime, alejada… administrativa, queriendo no dejarse impresionar,
como si con usted no fuera la cosa, tomando distancia. ¿De qué va ahora éste…?
¡A darse importancia y a dar la nota…! Hay que ver cuantas cosas han de
aparentar algunos políticos para ganarse el jornal y vadear los avatares públicos.
¿Total..? ¡p´a qué… p´asconder l´ala bajo la
cabeza!
Vuelvo a empezar:
El permiso era una excusa para solicitar y
ofrecer otras cosas a saber:
- Quedando a
su disposición para si fuera necesario en cualquier momento y lugar o de
cualquier manera: 19/04/2010.
- La
puesta en valor y en conocimiento de las generaciones venideras, lo que sucedió
en nuestro pueblo en aquellos días. 25/5/2010.
- Que conmemoren
estos sucesos de una vez y para siempre… 25/5/201
- Estarán
dispuestos a colaborar con la financiación y la organización de los eventos de
recuerdo, 25/5/2010,
como un reconocimiento de lo que sucedió ese verano, ante los hijos de todos aquellos
asesinados. 25/5/2010.
- En la
confianza de que podré contar con su colaboración y que usted contará con la
mía, 25/5/2010.
- Espero
confiado que atenderá la solicitud de financiación que presentaré dentro de
unos meses, 30/6/2010, y que también, para que no se magnifiquen dolosamente estos actos, podré
contar con su colaboración y que usted contará con la mía, 30/06/2010
Pero usted se aleja de estos ofrecimientos,
confianzas y deseos.
Yo esperaba que usted fuera consciente de
que los sucesos del verano de 1936, son la parte de la historia: más negra y
vergonzante, pero también: la más importante, la más grave, la más
trascendente, la más determinante de la historia de nuestro pueblo.
Y me empieza a dar que usted también la
trata de ocultar.
Aquellos asesinatos impunes, dejaron 151
huérfanos en nuestro pueblo: Buñuel. Mucho me ha costado hacer la cuenta exacta
de aquellos que se quedaron sin padre en aquellos cuarenta días. Muchos hijos
quedaron aquí y nunca han salido de nuestras calles, otros hijos han pasado la
vida en un ir y volver, aunque hay otros muchos que se desparramaron cuando
salieron del pueblo despavoridos arrastrados por sus madres.
Son muchos los que por circunstancias de la
vida han desaparecido.
Pero, entre unos y otros todavía viven 47 de
aquellos niños.
Hoy usted puede ver pasear las calles de
Buñuel 27 de ellos.
Algunos nunca han vuelto. Y desean volver.
En estos últimos meses, para conocer algunos
detalles de aquellos hechos que vengo recopilando desde hace tiempo, he hablado
con muchos de estos huérfanos, casi todos son mujeres, echando la tarde en un
rato como si hubiéramos entrado en el túnel del tiempo, sentados en la mesa
camilla. Ratos: extendidos, conmovedores y transparentes en los que sus
palabras llegan al corazón mucho antes que al papel en el que se toma nota.
Y puede creerme que todavía están muy dolidos por aquellos hechos. No me ha sorprendido su dolor pero si me ha asombrado la intensidad de ese dolor. Ascuas ardientes de carbones viejos.
No puede hacerse una pequeña idea de lo que
todavía sufren esas ancianas, y confiesan, como casi cada día hay alguien que
les ofrece una pizca de humillación para que no puedan encontrar consuelo y
recuerden que sus padres fueron los que perdieron la guerra. Con estas mujeres
uno se sienta y escucha y comprueba que cada vez que hablan de la muerte de sus
padres: de cómo lo sacaron de su casa, de cómo les llegó la noticia, de cuánto
lo estuvieron esperando, de cómo trataron de encontrarlo… se les arrasan los
ojos y parecen volver a revivirlo. Uno
trata de que no le afecte la emoción y recompone su ánimo para seguir oyendo.
Ellas cuentan y luego detallan, después personalizan, y sus cuerpos, ahora
ajados, todavía tiemblan cuando andan en esos recuerdos, que algunas veces son
los suyos y las más de las veces son los recuerdos de sus madres. Uno trata de
poner una sonrisa para sentirse más cómodo, aunque seguramente no sea el
momento, y al poco rato, se advierte que a ellas, hasta su propia sonrisa, que
por simpatía ha aparecido en su cara: les hace daño.
Puede usted hablar con ellos, sacarles la
cuestión de sus padres asesinados a colación y comprobará personalmente lo que
le cuento.
Luego. Vaya y explique.
Les explique a esas mujeres: por qué de
manera oficial, todavía nadie ha reconocido que sus padres fueron asesinados
injustamente y nadie ha habido que les reconociera su condición de inocentes.
Y les explique porqué usted tampoco quiere
hacerlo.
No vaya si no quiere.
Pero le puedo asegurar que: a todas ellas
les duele el alma por dentro. No saben que ocurrió más de lo que vieron, porque
sus madres nunca le hablaron para que no aprendieran a odiar y que no odiaran y
no odiaron. Y si no acude, también se perderá: poder admirar los orgullosas que
están de ellos: de sus padres y de sus madres. Y piense que cada vez que
tratamos de ocultar desde la memoria institucional y de olvidar, desde la
perspectiva individual o social, estamos pegándoles de nuevo: cuatro tiros a
sus padres.
Es
posible que usted piense que ya han pasado muchos años desde que ocurrieron
aquellos hechos tan deleznables, aunque, puede que en realidad: las marcas de
las balas en la pared del cementerio de nuestro pueblo, todavía los recuerden
como muy recientes. El blanco de la cal no los ha ocultado y todavía están allí
los contrastes de los plomos que tocaron pared la noche en la que fusilaron a
Lucio y a Valentín. Así es como consta en los archivos de la villa en los que
se escribe que recibieron el último sacramento de manos del sacerdote Don
Agustín Litago Fernández. Parece ser, recojo lo que he oído muchas veces en
confidencias de otros viejos, como seguramente usted también habrá oído alguna
vez, que: según estos mismos elementos contaban luego, para defenderse a sí
mismos y decir que habían sido los otros los que habían disparado sus fusiles,
parece ser que repito, que estaban presentes en el fusilamiento de estos dos
hombres inocentes: Leopoldo Cillero, Vicente Leorri, Gregorio Sainz y Emeterio
Aramburu.
Fueron los dos últimos asesinados en nuestro
pueblo.Eran poco más de las cero horas del día veintisiete de agosto de 1936.
Han quedado 380 páginas duras, crueles y amargas.
Ya no se podrá ocultar lo que pasó.
Quedo a su disposición o la de su Junta de Gobierno.
Esperando sea de su atención.
Muy atentamente