domingo, 27 de enero de 2013

Las cosas claras

   Esta obra que se va alimentando conforme pasan los días sin que tengan respuesta. Componen estas páginas todas las cartas que he escrito en estos últimos meses y que nunca tuvieron la debida contestación por parte de sus receptores. En cada una de las fechas que se señalan, las remití a gentes a quienes les p´aice que manda en mi pueblo: Buñuel, que está colocado en la provincia de Navarra.
Gentes de mi pueblo que todavía no saben que no son ellos quienes mandan, que los que en realidad mandan: son quienes un día los pusieron allí donde están, y que se deben a ellos en todos sus actos si quieren estar por más tiempo alrededor del puchero.
Por esta razón ninguno de ellos cuando han leído estas cartas, que no me cabe la menor duda de que las han leído todas de la cruz a la firma, con fruición y tragándose los sapos y las culebras, no han podido dar respuesta a ninguna de ellas, por mucho que luego digan que no es por eso: que no las han respondido porque no han querido, que ha sido mejor regarlas con el desprecio que es lo único que me merezco, que a ver qué me he creído yo quién soy.
Pero las cosas de este poder constituido van todavía más allá: quienes los han puesto a ellos en su cargo de mando, tampoco son los que mandan en esta tierra, qué más querrían ellos, mandan otros que no tienen cara ni nombre, pero que sin duda todos sabemos quienes son: los que han mandado de siempre que viven escondidos entre nosotros y que son los enemigos de todos: la hipocresía, la estupidez, y el miedo. La existencia de dios, la cabeza peinada a flequillo y el espíritu guerrero.
Si habérmelo propuesto, hasta pasado bien pasado el tiempo se acumulaban sin obtener respuesta, en estas cartas se cuenta la historia negra de mi pueblo, aquella que dicen que fue heroica y que gracias a dios las cosas ocurrieron como ocurrieron, que si no: a saber qué hubiera sido de nosotros, de nuestro pueblo: abandonados de la mano de dios y con ideas en la cabeza y sin la pistola en faltriquera y qué hubiera sido de nuestras mujeres de temple y carácter sin una iglesia a la que alabar y ni un buen sacerdote en el que creer y qué hubiera sido de nuestros hijos sin un triste bautismo con el que lavar la cabeza.



Ahora estas cartas que tienen mucho de inocencia, las hago públicas para quien quiera saber sepa lo que he escrito, lo que fue y lo que ha sido y para que sirva para honrar la memoria de aquellos hombres que asesinaron sin causa ni piedad, y de aquellas mujeres que quedaron viudas y de aquella generación huérfana que sufrió en sus carnes como retrocedía cien años la historia hasta llegar a hacerla insoportable.
Y también las hago notorias para que sirva de retrato en el que puedan reconocer aquellos que por no saber qué contestar no contestaron
Pedro José Francés.

1 comentario:

  1. La mañana del 20 de julio de 1936, llegó a Buñuel el terror más cruel y más negado de la historia de mi pueblo cabalgando entre las líneas que pregonaban el bando del General Mola y a la voz de mando del Gobierno Civil.
    Aprovechando la fuerza terrorífica de la sorpresa, los falangistas bien pertrechados a las órdenes de Adolfo Gil y Ángel Chueca encerraron a más de cien inocentes en las estancias del Ayuntamiento.A las cuatro de la tarde del 23 de Julio, los brazos armados de los militares con tricornios: Conejero y López, no dudaron al asesinar al alcalde y al secretario. Los falangistas locales, ya investidos de la autoridad criminal que representaban: Manuel Garasa y Rafael Oíz, se llevaron a cuatro de aquellos hombres honrados. Eran las doce del mediodía de 25 de Julio y los asesinaron al poco rato.
    Un bochorno de terror que recorrió las calles del pueblo con la fuerza del cuerpo de cristo custodiado bajo palio de los fusiles, como lo recorría en los días de gloria, rodeado de sotanas y trajes de paño, entre el bandeo de las campanas celestiales y las alabanzas de los mil rezos. Canícula de espanto que entró en cada casa de las manos benditas de las mujeres católicas que se afanaban en sus tareas cristianas de cortar el pelo a las otras mujeres y de purgar sus entrañas.
    Castigos ejemplares, con seriedad y rapidez, sin titubeos ni vacilaciones.
    El mando criminal fue a por los jornaleros que querían para los suyos una vida digna y les quiso dar una muerte sin compasión ni piedad que nadie olvidara, que sirviera de escarmiento. Hombres a los que les cogió el terror pero que no se aterrorizaron.
    Durante cuarenta días de aquel verano, cada semana una saca.
    52 personas asesinadas que ahora no quieren recordar.
    La última redada fue la más apocalíptica. Era la noche de 26 de agosto. Todos los hombres estaban en su casa, con sus familias, muchos ya estaban acostados en la cama descansando y tratando de conciliar el sueño. A cada uno de ellos fue a buscarlo un amigo, un vecino, un pariente que llamaban a la puerta acompañados de la autoridad falangista: Luis Pérez y Paco Bordonaba, para que la abrieran confiados.
    Todos los escardadores eran de nuestro pueblo.
    Cargaron en cuarenta minutos en la camioneta a veinticinco hombres y a Martina.
    Los mataron a todos en un par de horas.
    Todos cumpliendo órdenes criminales que, por cumplirlas, hasta el día de hoy, les convirtió en inocentes.

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